Divinas palabras

divinas palabras

El arte de teletransportarse

Obra: Divinas palabras. Autor: Ramón María del Valle-Inclán. Compañía: Teatro el Bardo. Dirección: Paco Ocaña. Intérpretes: Pablo Asiáin, Javier Chocarro, Noemí Alcalá, Imelda Casanova, Fernando Eugui, Elena Uriz, Carmen Nadal, Txuma García, Inma Gutiérrez, Itziar Andradas, Javier Briansó, Manolo Almagro, Paco Ocaña, Iñaki Esparza, Ana Zabalza, Urko Ocaña, Amaia García. Lugar y fecha: Casa de cultura de Villava, 22 y 24/03/13. Público: lleno (en la función del 24).

La compañía de teatro amateur El Bardo parece haberle cogido el gusto a los dramas rurales. Después de Bodas de Sangre, nos trae ahora su versión de Divinas palabras. De la Andalucía profunda, a la Galicia negra: un auténtico viaje espacial y mental (no tanto temporal: apenas una docena de años separan la edición de ambas obras). En la suya, Valle nos traslada a un mundo lleno de tipos peculiares, de charlatanes que recorren las ferias y caminos adivinando porvenires; de bárbaros que se ganan los cuartos exhibiendo a un enano deforme como si fuera algo sobrenatural; de mujeres que van a los bosques a conjurar demonios; o de villanos ignorantes que agachan las orejas ante el hechizo de los latines. Ante todo este abanico de superchería, el teatro es capaz de ofrecer magia de la buena, de la de verdad. Porque pocas artes como el teatro poseen la prodigiosa capacidad del teletransporte, de llevar al espectador de un sitio a otro sin que lo sienta, y mostrarle allí no sucesos extraordinarios, sino la vida misma, que es algo todavía más portentoso.

Cierto es que, para que funcione la magia teatral, hay que ser muy minucioso en la preparación del mecanismo con el fin de que el espectador no detecte el truco. Y no me refiero a la abundancia de medios. Al revés: funcionan mejor las soluciones simples e imaginativas que, por simpatía, estimulen también la imaginación del público. Por el contrario, lo que resulta un lastre para el vuelo de esa imaginación es solucionar las transiciones entre escenas con oscuros que encubran el traslado de utilería. Matizo: puede ser plausible en una obra de tres actos, pero, en una pieza que consta de veinte cuadros, cercena cualquier sensación de continuidad. En lugar de un viaje por teleportación psíquica, es como meter nuestra atención en un autobús de los que para por los pueblos.

Este me parece el principal problema de una versión que, a mi parecer, mejoraría considerablemente repensando el modo de ejecutar esos cambios de escena. Entiendo que no se trata de un empeño fácil. De hecho, esa dificultad ha alimentado mucho tiempo la falacia de que el teatro de Valle era irrepresentable. Por lo demás, este montaje de la compañía de teatro El Bardo cuenta con unas interpretaciones trabajadas con mimo, de mérito en algunos casos. Hay también un buen sentido en la composición de las escenas, que mantienen su ritmo interno y resultan visualmente dinámicas. Y un trabajo de vestuario en el que se aprecia que se ha invertido dedicación. Razones diversas, en suma, para alcanzar un resultado apreciable.

Foto: Eduardo Buxens (de la página web de la compañía).