La bicicleta de Elliott

Acaricio la goma dura y lisa de las ruedas. Paso la mano por los radios, tensos como cuerdas de guitarra. Los pellizco, pero no suena música. Solo un ruido de vidrio roto detrás de mi esternón.

Siento que tengo que agarrarme a algo, así que aprieto el acero de los tubos. El metal me transmite su tacto frío, tan distinto del tibio carbono de las bicicletas de competición. Tengo ahora las manos más sensibles, como el oído de un ciego, y las empleo con más intensidad. Con urgencia casi. Necesito tocarlo todo, palparlo todo, que las cosas me transmitan su ser y me lleven con ellas cuando se alejan. También uso más la vista, me parece. Antes miraba solo hacia delante, al trocito de terreno que tenía ante los ojos y que había que recorrer lo más rápido posible. En una pista circular, lo que dejás atrás pronto vuelve a ser adelante: mirar hacia atrás es una pérdida de tiempo, y, cuando compites, el tiempo lo es todo. Ahora que tengo mucho, me distraigo más. Lo exploro todo con curiosidad de niña: arriba, abajo, izquierda, derecha. Miro hacia abajo y veo las ruedas pequeñas, tan semejantes a las que equilibran las bicicletas infantiles.

Yo apenas las tuve. Enseguida le dije a mi padre que las quitara. Si nos basta con dos piernas, ¿para qué tener cuatro ruedas? Eso pensaba entonces.

– ¡Más despacio, Kristina!”, me gritaba.

Pero es difícil no querer volar si te llamas pájaro.

Desvío la vista de las ruedas. No es abajo donde tengo que mirar, sino de nuevo hacia delante. Mirar hacia atrás es perder el tiempo. Cuanto antes lo acepte, mejor. Aunque a veces me cuesta.

Nad se consigue sin esfuerzo.

“Esfuerzo, Kristina, esfuerzo”. Los entrenamientos, esfuerzo. La dieta, esfuerzo. No salir, no quedar con las amigas, madrugar, los viajes… esfuerzo. Los golpes. El dolor…

Mi entrenador:

– “Nada se consigue sin esfuerzo”.

Y yo lo conseguí: volé por encima del arco iris. Dos veces. Sin embargo, ahora que no puedo volar, me siento libre por primera vez. Así de contradictorio.

El tiempo ha pasado muy deprisa, pero yo he ido todavía más rápido. Ahora, a veces, sentada en este artefacto, extraño remedo de bicicleta, me concentro y trato de detenerlo.

Es imposible, lo sé. Trato entonces de recuperar ese tiempo, aunque esto solo sea otra forma de perderlo.

Miro la tele. Me gusta sobre todo ver series y películas que no pude ver porque no tuve tiempo.

He visto una, archiconocida, de antes de que yo naciera, en la que unos niños escapan en bici mientras los adultos tratan de detenerlos. Las bicis no son rápidas, son las típicas de niño, con ruedas de 18 pulgadas y su cestita delantera. Más prácticas para BMX que para salir huyendo. Van a atraparlos, sin duda, pero una extraña criatura con poderes mentales les ayuda y hace volar las bicicletas por encima de la luna, frustrando las pretensiones de los adultos por someterlos a su autoridad. Es una bobada, pero me puse a llorar como una cría.

Me siento una niña. Tengo que aprenderlo todo de nuevo: a moverme, a sentarme, a darme la vuelta… A tener sueños nuevos. A mirar hacia delante, pero también a los lados.

Si hubiera mirado a los lados, tal vez habría visto al otro ciclista. No sé de dónde salió ni qué hacía ahí. No pude hacer volar la bicicleta. Lo siguiente que recuerdo es estar tumbada con las luces del pabellón por encima de mí, como si fuera un cielo estrellado. “Quitadme los zapatos”, grité, muerta de dolor. Vi cómo se los llevaban y fue como si se hubieran llevado las piernas con ellos. No sentí nada. Supe entonces que no volvería a caminar.

No son solo las piernas las que me hicieron ganar. Es también la cabeza. Me concentro y trato de mover las piernas con el poder de mi mente. No lo he conseguido todavía, pero ahora tengo tiempo. Nada se consigue sin esfuerzo.

 

Las dos bandoleras

las dos bandoleras

Dos por uno

Obra: Las dos bandoleras. Autor: Lope de Vega. Dramaturgia: Marc Rosich, Carme Portaceli. Dirección: Carme Portaceli. Intérpretes: Helio Pedregal, Carmen Ruiz, Macarena Gómez, Gabriela Flores, Lloreç González, David Fernández Fabu, David Luque, Álex Larumbe, Albert Pérez. Lugar y fecha: Escenario de La Cava de Olite. 02/08/2014. Público: lleno.

Aunque es probable que en origen Las dos bandoleras fuera un reflejo más o menos idealizado, actualizado al gusto barroco, de las leyendas sobre mujeres guerreras (que se remontan, al menos, a los tiempos de las amazonas), visto desde la actualidad, se ve como un canto a la independencia femenina, al derecho de las mujeres a escoger su destino por encima de convenciones sociales (y al precio que se paga por ello).  Cierto que el texto de Lope termina con las féminas rebeldes pasando por el aro del matrimonio. Habría sido inconcebible para la época que el final hubiera sido otro. Pero no ahora: Carme Portaceli, directora del montaje y coautora de la dramaturgia con Marc Rosich, le da un giro al desenlace para reafirmar esa independencia. Con buen criterio: mantener el final de Lope, antes que mostrar victoriosa del enredo a la pareja protagonista, habría supuesto hacerla pasar por las horcas caudinas.

Como es habitual, el punto de partida es un lance amoroso: dos capitanes dan palabra de amor a dos hermanas, Inés (Carmen Ruiz) y Teresa (Macarena Gómez). Después de gozarlas, como se decía, se largan a guerrear, que es lo suyo. Mientras, el rey promete al padre de las chicas encontrarles un buen marido. Ante la perspectiva de un matrimonio indeseado, las hermanas buscan a sus enamorados para hacerles cumplir su promesa, pero estos se llaman andana. Así que ambas se lanzan a la sierra como bandoleras, con el juramento de despeñar a cuanto varón se aventure por los caminos que controlan. La resolución, con encuentro real por medio, es ya más convencional y socialmente ortodoxa. Portaceli y Rosich, amén de modificar el sentido de ese final, han incluido en su versión fragmentos de una historia parecida, que Lope también convirtió en otro de sus títulos: La serrana de la Vera. Esta obra tiene como punto de partida esas leyendas que hemos mencionado antes sobre mujeres bravas que se echan al monte. La inclusión de las escenas de La serrana de la Vera, de hecho, se hace casi como si Inés y Teresa estuvieran inspiradas por la historia de Leonarda, la serrana. Al comienzo, hay una diferencia entre el vestuario más actual de las primeras y el clásico que luce Leonarda. El ropaje es importante: Portaceli hace que Leonarda (interpretada por Gabriela Flores) salga de su miriñaque como una mariposa de su crisálida, y este mismo efecto será luego imitado por Inés y Teresa. El traje de falangista que luce Triviño (Helio Pedregal), el padre de ambas, sirve también para reforzar la figura de varón autoritario y de ideología caduca del personaje.

En esta versión, Inés y Teresa llegarán a encontrarse físicamente con Leonarda, antes de que cada una siga su camino. La historia de esta no desbanca a la de las primeras, que sigue siendo la principal, pero adquiere tanta presencia que uno se llega a hacer a la idea de que se le están dando dos obras en una. Sería tal vez más preciso calificar la peripecia de la serrana como de subtrama, con su propio desarrollo y su final, que contrasta con el de las hermanas bandoleras. No es la única interpolación: también se ha usado parte del discurso antibélico de El asalto de Mastrique, que se pone en boca del gracioso Orgaz, aunque su importancia es menor. En cualquier caso, pese a los añadidos, la unidad y la coherencia del conjunto quedan preservadas.

Me he echado al monte yo también, concretamente a los cerros de Úbeda, y no he comentado gran cosa del elenco. Lo cierto es que, salvo subrayar que todos están sensacionales, poca cosa más tendría que puntualizar. Amén del de la pareja protagonista, seguramente sería delito no mencionar el trabajazo de Pedregal; y falta grave no hacer lo propio con el de David Fernández encarnando a Orgaz. Y quiero mencionar también el de Álex Larumbe (Alvar Pérez), y no solo por ser paisano, sino porque efectivamente lo merece.

Y si la obra es un dos por uno, la función fueron dos mitades, separadas por un intermedio forzado por la lluvia. Un pequeño tirón de orejas para la organización, que se precipitó anunciando la suspensión del espectáculo, provocando que un pequeño sector del público se perdiera la reanudación. Y una merecida felicitación a los actores por su entrega y profesionalidad.

Así es, si así fue

así es si así fue

La cruda realeza

Obra: Así es, si así fue. De los Trastámara a los Austrias. Autor: Juan Asperilla. Dirección: Laila Ripoll. Intérpretes: Verónica Forqué, Juan Fernández, Joaquín Notario, José Manuel Seda. Música: Marcos León, Rodrigo Muñoz. Lugar y fecha: escenario de La Cava de Olite. 01/08/2014. Público: lleno.

Decía Verónica Forqué en la entrevista que publicó recientemente este diario con motivo de la representación en Olite de Así es, si así fue que, a diferencia de Shakespeare, los dramaturgos clásicos españoles no han tomado a los reyes de nuestra historia como personajes de sus obras. Aclaraba luego que seguramente sería por miedo, por no atreverse a contar lo que sabían y pensaban de los poderosos. Y efectivamente, será por ese motivo, porque algunas referencias a los monarcas hispanos sí que aparecen en las obras de Lope y de Calderón, por ejemplo. Claro que, lejos de presentarlos con la profundidad psicológica del inglés, son retratos más bien laudatorios. Algo lógico si se trataba de obtener el favor real para vivir (o sobrevivir) y evitarse problemas (como los que tuvo Quevedo, aunque también antes había puesto su pluma al servicio de otras figuras; pero, en fin, este es otro tema). Prevalece la figura del rey como administrador de justicia y favorecedor del pueblo llano contra los abusos de los nobles. Cuando no la lisonja pura, como en El mejor mozo de España, en la que Lope ensalza la figura de Fernando el Católico.

Precisamente sus católicas majestades son el eje central del espectáculo Así es, si así fue. La obra se subtitula De los Trastámara a los Austrias, así que su recorrido histórico es un poco mayor, de Juan II de Castilla, padre de Isabel, hasta el primero de los Habsburgo, Carlos I. Pero los Reyes Católicos quedan como el gozne en torno al que se abre y se cierra ese enredo sucesorio. Decía también Forqué que la historia de España no tiene nada que envidiar a Juego de tronos. Y esto es bien cierto: complots, traiciones, crímenes familiares, validos todopoderosos que acaban en desgracia, amores ilegítimos y otros interesados; todo vale con tal de alcanzar y preservar el poder. Las crónicas de la época, como muchas de las informaciones de hoy, estaban hechas por encargo y según el interés de quien ostentaba la autoridad. Sin embargo, el firmante de esta obra, Juan Asperilla, ha sabido sumergirse en ellas con rigor y seleccionar las líneas adecuadas para ofrecer un retrato fiel a la realidad de esta realeza. Dentro de lo posible, claro: las referencias a Enrique IV fueron escritas por encargo de los Reyes Católicos, más interesados en desacreditar al predecesor de Isabel por intereses sucesorios que en la verdad histórica.

De todos modos, Asperilla no se ciñe solo a la historiografía regia (oficial o contraria a esta, como los escritos de Juana la Beltraneja o los de Bartolomé de las Casas), sino que combina esos textos con poemas de la época, tanto en su vertiente más culta como en la más popular, así como con canciones, romances y hasta dichos y refranes. El resultado es un fresco fidedigno de ese tiempo, que no se ciñe solo a los niveles altos de la sociedad, sino en el que también aparecen moriscos, judíos o indios de las Américas. Para esta puesta en escena, la compañía ha elegido un formato a medio camino entre la lectura dramatizada y el recital, algo que, sobre el papel, podría hacer temblar al más pintado, ante la perspectiva de un montaje de casi dos horas. Pero lo cierto es que la dirección de Laila Ripoll y el buen hacer de los actores convierten la experiencia en algo muy dinámico y sensorial. El libreto queda prácticamente relegado y cobra absoluto protagonismo la interpretación, con momentos auténticamente emocionantes, como cuando Verónica Forqué encarna a la Beltraneja. También el humor se hace presente, como en el pasaje en el que Juan Fernández y Joaquín Notario acuerdan el casamiento de sus hijos respectivos. Me gustó menos la breve caricatura que hace este último de Enrique IV, buscando una risa fácil; me pareció casi de chiste de mariquitas de Arévalo. Único pero que le pongo a un trabajo actoral soberbio, por parte de unos actores de calidad contrastada. Que además, también saben cantar. La música, ejecutada por Marcos León y Rodrigo Muñoz con una combinación de instrumentos antiguos y actuales, tiene una presencia tan importante como la palabra. Contribuye no solo a hacer más atractivo el montaje, sino también a darle continuidad, haciendo fluir como un todo un espectáculo compuesto por materiales muy diversos.

Foto: Mikel Saiz

El gran teatro del mundo

el gran teatro del mundo

‘Reality world’

Obra: El gran teatro del mundo. Compañía: Puntido Teatro. Autor: Calderón de la Barca. Versión y adaptación: Puntido Teatro. Dirección: Javier Salvo. Intérpretes: Maite Hernández, Xabier Flamarique, Xanti López, Arantza Capón, Nelya Oroz, Marga Arregui, Sebas Esquíroz, Javier Salvo, Irati Lizarazu. Lugar y fecha: Escenario de La Cava de Olite, 30/07/14. Público: rozando el lleno.

El gran teatro del mundo es una de las obras más citadas de su autor, Pedro Calderón de la Barca. Pese a que su contenido religioso es muy propio de la época en la que se concibió y no resulta tan atemporal como La vida es sueño, por ejemplo, se ha seguido representando en nuestros días, tanto dentro de celebraciones religiosas (lo que sería su hábitat natural, por decirlo de algún modo), como en teatros convencionales. Menos quizá en este ámbito, aunque, curiosamente, el año pasado dos producciones (una, del Teatro Español, y la otra, de la CNTC y Uroc Teatro) recuperaron simultáneamente el texto calderoniano. Cada una se lo trajo a su terreno, en el fondo y en la forma. La primera, dirigida por Carlos Saura, era una revisión casi pirandelliana, con actores ensayando el texto de Calderón. Y la segunda, convertía el auto sacramental en un musical destinado al público familiar. Un estupendo espectáculo que pudo verse en la pasada edición del Festival de Olite, por cierto (y en Navidades, en el Gayarre).

La compañía tafallesa Puntido Teatro recoge el testigo para enfrentarse a este texto y presentarlo en el escenario de La Cava olitense. Leo por ahí que la idea de utilizar el teatro para simbolizar la existencia humana no es un concepto original de Calderón, y que es antigua como el teatro mismo. Una de las primeras referencias está en uno de los diálogos de Platón. En su intento por actualizar la trama, Puntido pasa de Platón al plató: si Calderón construyó su obra sobre la alegoría del teatro, el grupo de Tafalla nos demuestra que el sistema de premios y castigos según el obrar humano tiene también algo de reality show. Como si detrás de la mirada constante de la divinidad que encierra el leitmotiv de “obra bien, que Dios es Dios” pudiera estar también el ojo vigilante del Gran Hermano. A fin de cuentas, un reality  no es sino un microcosmos humano; un pequeño espacio en el que se reúnen artificialmente determinados arquetipos, obligados a desempeñar sus respectivos papeles. Eso sí, ya no sé si el dueño de sus destinos sería el Autor, como en la obra, o las audiencias.

En su intento de trazar un paralelismo pleno con El gran teatro del mundo, Puntido pone al día a los personajes del original y les busca su correspondiente reflejo en nuestro ahora. Así, el Autor es la regidora del programa; el Mundo, el presentador; el Rey, un político; la Discreción es una joven colaboradora de un comedor social; la Hermosura, una aspirante a actriz; el Rico, una empresaria; y el Labrador, el Pobre y el Niño, pues más o menos sin cambios, que de eso siempre ha habido. Puede que haya piezas en esta propuesta que no me terminen de encajar: más que un ganador del concurso, en la obra de Calderón termina por haber un único castigado. Seguramente, la moral de nuestros días no absolvería tan fácilmente a otros personajes y pediría más expulsiones, por otra parte. En cualquier caso, hechas estas salvedades, lo cierto es que la propuesta de Puntido funciona muy aceptablemente y resulta mucho más fiel al texto de lo que pudiera pensarse por su planteamiento (quizá hasta demasiado: puestos a subvertir, tal vez hasta me replantearía ese final).

Hay alguna otra cosilla que me incomoda. Aunque los personajes están bien dibujados como arquetipos y no como caricaturas, tal como pide el texto, me altera un tanto esa querencia a buscar la comicidad fácil con el personaje del Rey. La grada celebra sus salidas, pero a mí más bien me saca de la obra. Al contrario que el personaje del Labrador, que, con ese hablar, podría ofrecer parecido peligro, pero cuya interpretación está muy bien medida. Las interpretaciones son correctas; el montaje está bien cuidado en sus aspectos más formales; la música acompaña bien la acción y engarza las transiciones. Tal vez el final quedó algo más confuso en ese intento no del todo logrado de suscitar la complicidad del respetable. Algo muy complicado que hay que medir con cuidado. Bueno, es un riesgo. Como todo el concepto del espectáculo, y eso, también como en un concurso, merece indudablemente su premio.

Foto: Atxu Ayerra

El sueño de una noche de verano

el sueño de una noche de verano

Engaños honestos

Obra: El sueño de una noche de verano. Autor: William Shakespeare. Compañía: Kilkarrak. Dirección: Ion Barbarin. Intérpretes: Raúl Urriza, Rakel Sampedro, Pedro Echávarri, Elsa Preciado, Pablo Lisarri, Ángel Hervás, Yolanda García, Cristina Lisarri, Javier Hernández, Ander Osés, Paola López, Carlos García, Judith López, Bárbara Zabalegui, Lucía Echávarri y Natalia Lisarri. Músicos: Iñaki Ainzua, Pantxo Cairo, Iker Txasko, Egoitz Zabalegui. Lugar y fecha: Escenario de La Cava de Olite. 29/07/14. Público: rozando el lleno.

Kilkarrak guarda en su baúl más de tres décadas de existencia, lo que lo convierte en uno de los grupos de teatro aficionado más longevos de nuestra comunidad. Quien ha dirigido el montaje que han presentado en el Festival de Olite, el actor y balarín Ion Barbarin, dio sus primeros pasos sobre las tablas en su seno. En el programa de mano, Barbarin hace una declaración de agradecimiento hacia la compañía que le alumbró como intérprete y le enseñó el amor por el teatro. Cuando comenzó a colaborar con el grupo estellés estaba, dice, en su preadolescencia (la mía vivía yo cuando el primer montaje de Kilkarrak; mejor no entrar a comprobar fechas). Y ya se sabe, los amores en esa edad son más intensos y difíciles de olvidar.

Amor, teatro y un punto de efervescencia adolescente contiene la obra de la que toca hablar: El sueño de una noche de verano, la archiconocida historia de Shakespeare. No por sabido el argumento resulta menos entretenido encontrarse de nuevo con los amoríos de Hermia, Lisandro, Helena y Demetrio, y perderse con ellos por el bosque de Atenas. Y ser cómplices de los embrollos causados por Puck, el duende travieso e irresponsable como un púber desenfrenado. El díscolo Puck, aunque obediente a la autoridad de Oberón, es quien desbarata los lazos que unen a los jóvenes amantes para anudarlos en un enredo no previsto. Aunque, finalmente, será también su magia la responsable de unirlos de modo que el asunto quede a satisfacción de todos y se alcance un desenlace feliz. Bueno, tal vez pueda interpretarse que está forzando un poco la voluntad de los enamorados, pero se trata de un engaño honesto. Como también lo es el propio teatro.

Los personajes comienzan y terminan su obra rompiendo la cuarta pared para mezclarse con el público, como si, de algún modo, también el engaño teatral quisiera participar de la realidad. Mientras, en la escena final, sobre el escenario, la troupe dirigida por Membrilla representa la fábula de Píramo y Tisbe. Engaño dentro del engaño que muestra una verdad: la de las cuitas de los actores para preparar sus montajes. Kilkarrak ha pretendido con esta ampliación de los límites de la escena convertir su espectáculo en algo dinámico y atractivo, a tono con el texto representado. Resulta una buena carta de presentación y una sugerente despedida, aunque en el arranque peligraran mis cervicales de tanto mirar a un punto y a otro de la grada. Se percibe la mano de Barbarin en esa huida permanente del estatismo. Intuyo que en parte por su formación como bailarín, todas las escenas tienen por detrás un cuidado trabajo de movimiento, algo que reclaman a gritos las intervenciones de Puck o la pelea entre Lisandro y Demetrio. Barbarin se lo proporciona y lo extiende al resto de la función. La propia compañía define el concepto de teatro de su director como “plástico”. Y le va bien. Yo al menos lo interpreto por el lado de la búsqueda estética. Hay un bonito trabajo de vestuario, fresco y colorido, adecuado para una obra ligera como esta. Y también contribuye al resultado final la música folk de Klof. Todo esto hace que el montaje tenga un envoltorio resultón y atractivo. A la música le puedo poner el pero, eso sí, de que no siempre ayuda al desarrollo de la acción. A esto también acompaña que las transiciones podrían ser más fluidas, y algunas réplicas y parlamentos, un pelín más veloces para procurar un mejor ritmo.

El trabajo de los actores es bueno. Como corresponde a un grupo con tan larga trayectoria, sus componentes demuestran tener oficio. Destacaría al cuarteto protagonista, especialmente a su parte femenina, Elsa Preciado (Hermia) y Yolanda García (Helena); la entrega demostrada por Lucía Echávarri en su encarnación de Puck; y el resultado conseguido con el sexteto de artesanos que ofrece la representación de Píramo y Tisbe.

Foto: Ricardo Galdeano

Fuenteovejuna

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El silencio de las ovejas

Obra: Fuenteovejuna. Autor: Lope de Vega. Adaptación y dramaturgia: Rocío Bello. Compañía: José Estruch-RESAD. Dirección: Pedro Casas. Intérpretes: Ricardo Teva, Víctor Coso, Luis Sorolla, Salvador Bosch, Christian Vázquez, Iván Serrano, Alejandro Pau, María Llinares, Marta Cobos, Guillermo Muñoz, Paula Iwasaki, Cristina Bucero, Jesús Gago, Alberte Viveiro, Irene Calabuig. Lugar y fecha: Escenario de La Cava de Olite, 28/07/14. Público: rozando el lleno.

Iba a decir que corren malos tiempos para la gente que vive del teatro, pero no sé si alguna vez los ha habido buenos. Y menos para los nuevos intérpretes. Con unos índices galopantes de paro juvenil en cualquier sector, podemos imaginar que en uno en el que la precariedad resulta casi proverbial la situación ha de ser, en el mal sentido, dramática. Por eso cobran más valor iniciativas como la de la Asociación José Estruch, destinada a promocionar el aprendizaje continuado y la inserción laboral de los graduados de la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), sin duda el centro español de referencia para la formación de los profesionales de la escena. A través de la compañía homónima, la asociación lleva veinte años largos produciendo montajes de género clásico para ofrecer a los exalumnos una plataforma desde la que mostrar su talento. Una manera positiva de enfrentarse a una situación difícil.

Los montajes de la José Estruch se estrenan tradicionalmente en Almagro, el festival de clásico por excelencia (para mí, por delante del de Mérida). No son habituales del de Olite, aunque ya habían estado en alguna ocasión. Han traído este año su espectáculo más reciente, su versión del clásico de Lope, Fuenteovejuna. Una historia también de rebeliones (un tanto más violentas, eso sí), vista tradicionalmente también como ejemplo de solidaridad colectiva contra el poder. Leo que el nombre del pueblo cordobés sería originalmente el de Fuente Abejuna, y me da por pensar que el espíritu de colaboración de las abejas (y su agresividad ante los ataques) podría cuadrarle mejor a la historia lopesca que el instinto gregario del ganado. Esta versión, sin embargo, ofrece una mirada distinta. Siguiendo con la toponimia, veo que la oficial es Fuente Obejuna, y esa ambigüedad entre la b y la v me hace pensar que pueda no ser una errata la frase que aparece en el programa de mano: “Fuenteovejuna se revela”. No se rebela (o también), sino que asimismo se muestra de un modo distinto al comúnmente aceptado. En la obra de Lope, el pueblo se subleva contra los tiranos para aceptar la autoridad de unos soberanos más justos, los reyes. En la versión dirigida por Pedro Casas, solo se sustituye a unos gobernantes crueles por unos dirigentes de carnaval. Fuenteovejuna no lucha para hacerse dueña de su destino, sino que todos siguen girando en torno a un carrusel ovino en el que solo cambia el nombre del feriante.

Me resulta interesante y, por descontado, más actual el sentido que le da la versión de la compañía. No me lo parece tanto la forma en la que se muestra. Creo que para hacerlo comprensible no era necesario caricaturizar en tal grado a los personajes de los Reyes Católicos. Lo veo como un subrayado excesivo y, además, incoherente con el tono del resto del montaje, como si fuera un injerto de otra obra distinta. Es tan evidente que supongo que la dirección ha tenido que ser consciente de ello, así que entiendo que han tenido sus razones para mantenerlo así, pero a mí me chirría. Al resto de la puesta en escena poco tengo que oponerle. La dirección de Pedro Casas alterna bien los momentos de alegría y de brutalidad que tiene la obra, y hay ocasiones en las que la tensión casi se palpa, como en la escena en la que se retiene y fuerza a Jacinta. El famoso momento del “Todos a una” quedó un poco más deslucido, a mi parecer, no tanto por un casi irrelevante problema con el atrezo (bien resuelto, además), sino porque la organización de la escena y los vítores de los villanos ante el silencio de sus vecinos resultaban un tanto convencionales, teatralmente amañados.

El trabajo de los actores mantiene una buena línea media. Destacaría a una estupenda Paula Iwasaki, muy convincente en el papel de Laurencia, en todos sus registros. También a Jesús Gago, el alcalde de Fuenteovejuna, al que la igualdad en la edad ha obligado en convertir en hermano de la anterior en lugar de padre. Igualmente, a su antagonista, el perverso Fernán Gómez encarnado por Ricardo Teva. Y especialmente, a Christian Vázquez, que, con su papel del gracioso Mengo, se hace con cada escena en la que interviene.

En un lugar del Quijote

en un lugar del quijote

En un lugar del recuerdo

Obra: En un lugar del Quijote. Compañía: Ron Lalá. Versión: Ron Lalá. Dirección: Yayo Cácerres. Intérpretes: Juan Cañas, Íñigo Echevarría, Daniel Rovalher, Álvaro Tato, Miguel Magdalena. Lugar y fecha: Escenario de La Cava de Olite. 25/07/14. Público: lleno.

La del ocaso sería (o un pelín más tarde) cuando hace un año Ron Lalá puso el pie por vez primera en el Festival de Olite. Lo hicieron con Siglo de Oro, siglo de ahora, una función que, lejos de glorificar los oropeles de aquella centuria, centraba su mirada en el crepúsculo de la época imperial. Oscuridad en la que todavía permanecemos, según se desprendía del espectáculo, sin que se vea el resplandor del alba o, como se dice ahora, la luz al final de túnel. Siglo de Oro, siglo de ahora tenía un fondo satírico y unas formas ligeras y populares, aunque de resonancias deliberadamente clásicas: uso preponderante del verso, piezas breves (al estilo de las jácaras, las loas y otras composiciones) y una presencia fundamental de las canciones ejecutadas en directo.

Aquella obra dejó un inmejorable recuerdo, y supongo que eso tiene su eco en las gradas llenas del escenario de La Cava de Olite para ver la actual creación de la compañía. En un lugar del Quijote es de nuevo Ron Lalá: un espectáculo en el que la compañía vuelve a mirar atrás, hacia el clásico, se lo apropia y nos lo presenta en un envoltorio actual, pero intacto en su esencia. También permanecen inalteradas las señas ronlaleras: decir que “se apropian” del Quijote podría parecer un poco atrevido, pero en cierta manera es así. Es su Quijote, su mirada, sin traicionar el alma de la obra cervantina.

¿Representar el Quijote es posible? ¿Un tomazo, con perdón de la herejía, de un millar de páginas (según la edición) concentrado en poco más de hora y media? Pues sí. Ya se justifica la compañía, si tal cosa hiciera falta, en el epílogo de la representación, una divertida parodia cantada de las notas al pie con las que los eruditos suelen glosar los textos clásicos, amén de una irreverente mofa de la tradicional petición de clemencia al espectador: si alguien echa a faltar algún episodio de la obra, dicen, que la compre y que la lea. Pero resulta suficiente con ver el espectáculo para tomar consciencia de ese canto a la libertad y a la imaginación que es el Quijote; de cómo la ensoñación y la locura pueden vivificar una existencia destinada a la mediocridad, y de cómo puede preferirse la muerte a la cordura y a la monotonía de una vida sin aventura. Ese viaje literario está en las alforjas de Sancho, en la silla de Rocinante y en todos los recovecos de la función.

Ron Lalá superpone a la acción de la novela de Cervantes otro plano en el que vemos al autor creando su obra. Ambas líneas se cruzarán y se mezclarán, en un sube y baja de la realidad a la ficción y de lo imaginario a lo real, que se torna también así en invención. Los personajes del cura y del barbero acompañan a Cervantes para convertirse luego en su reflejo novelesco, y más tarde disfrazarse (y travestirse) para componer otras figuras de la obra. El propio escritor traspondrá también ese umbral de tinta y papel. ¿Es Quijote el que sueña e imagina o es el propio Cervantes? Autor y personaje compararán sus almas en un soliloquio en paralelo que los muestra no muy distintos uno del otro.

Ron Lalá funde todos estos materiales en un producto compacto y de brillantísima factura. Podríamos señalar su extraordinaria capacidad para dar continuidad a un espectáculo compuesto de escenas diversas y, como hemos dicho, planos distintos. Todo fluye a través de distintos mecanismos dramáticos sin que se noten, además, las costuras que empalman los retales. El espectáculo se desarrolla con una atractiva sensación de unidad y de ritmo. Contribuye de manera decisiva la gran labor de todos los intérpretes, profesionales con un extraordinario dominio tanto de la interpretación actoral como de la musical. Saltan sin ningún problema de la prosa al verso y de ahí a las canciones, con total naturalidad. Aparte del cierto en la síntesis de la obra cervantina, los textos creados por la propia compañía son de muy buena factura, y los pequeños guiños a la actualidad para provocar la risa están bien traídos y no pretenden convertirse en el principal mecanismo de la función. Si con Siglo de Oro, siglo de ahora se ganaron un lugar en nuestro recuerdo, este En un lugar del Quijote revalida ese carácter de espectáculo memorable.

Foto: Iñaki Porto

El pleito de Areúsa o Gallina vieja hace buen caldo

el pleito de areusa

Sopa de letras

Obra: El pleito de Areúsa o Gallina vieja hace buen caldo. Autor: L..e .. V.ga. Compañía: La Nave. Dirección: Miguel Munárriz. Intérpretes: Ricardo Romanos, Marta Juániz, Virginia Cervera, Ángel García. Lugar y fecha: Escenario de La Cava, Festival de Olite. 21/07/14. Público: dos tercios de entrada.

La compañía navarra La Nave presenta en el Festival de Teatro Clásico de Olite El pleito de Areúsa, subtitulada Gallina vieja hace buen caldo. Un título de resonancias clásicas que, sin embargo, no consta en ningún catálogo de literatura áurea. ¿La razón? Bueno, la han explicado los miembros de La Nave en la promoción del espectáculo, y figura también en el programa de mano: el texto es un hallazgo, un inédito encontrado en un desván de una casa de pueblo. Faltan, según nos dicen las primeras hojas y también las últimas. No obstante, en la primera página conservada, como si hubiera previsto esta pérdida, el autor consignó su nombre para mantener su memoria en el futuro. Sin embargo, el cruel destino ha querido jugarle una broma y arrebatarle la gloria o, al menos, hacer que la atribución de esta sea dudosa. Faltan letras: según La Nave, en el manuscrito, del nombre solo puede leerse “L..e .. V.ga”.

La obra comienza precisamente con uno de los actores (Ricardo Romanos) que se presenta como el jubilado profesor de literatura que halló los folios que han dado origen a la pieza. La explicación forma, por tanto, parte del propio espectáculo y su utilización fuera de este no es más que un pequeño y sugerente desbordamiento de la ficción, que se derrama de la olla donde se ha cocido este artilugio dramático para caer sobre el mantel de la realidad y mezclarse con su tejido. El texto de El pleito de Areúsa, sin principio ni final (casi sin planteamiento ni desenlace, todo nudo), queda enmarcado por el prólogo y el epílogo del personaje del profesor; un poco como una obra dentro de otra, o, más bien, como dos niveles de ficción dentro del mismo montaje.

La Areúsa del título es una referencia reconocible a otro libro, La Celestina. Una obra cuya filiación también ha sido objeto de controversia. Hoy parece establecido que su autor fue Fernando de Rojas, pero en su primera edición no constaba nombre alguno, y en la segunda, el propio De Rojas jugaba la carta de la ambigüedad, afirmando haber completado una historia que halló empezada. El recurso de compañía navarra acerca del autor  de su montaje resulta un deliberado reflejo paródico de La Celestina. Como lo es el conjunto de la pieza, por la que desfilan diversos personajes del clásico. Y curiosamente, a través de la parodia se llega también a una cierta lección moral, aunque distinta de la de su modelo. La obra redime a las prostitutas Areúsa y Elicia, mientras que representantes de la buena sociedad son presentados como venales y mentirosos.

El texto revela, por tanto, el saber literario de su progenitor, tanto por el juego de ambigüedades en la autoría como por el buen estilo en el que está escrito el libreto. Me pasa, no obstante que, si faltan letras en el autor, me sobran algunas en el texto. O por mejor decir, me faltan acciones. El planteamiento (el juicio a Areúsa y Elicia por el robo de unas gallinas, con el consiguiente desfile de testigos) es algo estático y daría más para un bocado rápido, un entremés, antes que para una pieza de noventa minutos. No hay mucha intriga, además, una vez que, tras el primer testimonio, queda claro que las dos meretrices son por entero inocentes.

Si la gallina vieja hace buen caldo, el perro viejo, que me perdone la expresión, de Miguel Munárriz ha de ingeniárselas para hacer buena sopa con estas letras. Donde el texto pierda fuelle, le aplica ritmo en las réplicas y dinamismo en la puesta en escena. Con criterio, con oficio de hombre de teatro. Tiene, además, pinches de categoría: Ricardo Romanos compone un buen alcalde y juez del pleito (aunque su justificación para mantener el libreto en escena suene endeble); Marta Juániz y Virginia Cervera son actrices más que solventes; y Ángel García hace gala de versatilidad en sus múltiples papeles. Creo, no obstante, que en la dirección de actores a veces se carga en exceso las tintas en busca de una comicidad que no siempre ofrece lo escrito. Creo que para el futuro habría que modular y matizar más unas interpretaciones un punto sobrecargadas.

Foto: Iban Aguinaga

La banda de Lázaro

La Banda de Lázaro, de La Cantera 4

La banda sonora del hambre

Obra: La banda de Lázaro. Compañía: La Cantera Producciones. Autor: dramaturgia de Antonio Serrano basada en el Lazarillo de Tormes. Dirección: Antonio Laguna. Intérprete: Pedro Miguel Martínez. Música: Banda Municipal de Olite. Lugar y fecha: Escenario de La Cava, Castillo de Olite. 18/07/14. Público: lleno.

España, años cuarenta. Lázaro González, actor y cantante, recorre los pueblos de la península para llevar el entretenimiento y la alegría, que tanto escasean y tanta falta hacen, y ahuyentar, aunque sea por un breve rato, los pesares y la miseria, que siempre sobreabundan y ahogan como la mala hierba los brotes verdes de esperanza. Lo hace, lo de entretener, cantando sus canciones y contando historias que diviertan a la concurrencia, aunque sus protagonistas no puedan presumir de tener una vida bienaventurada. Pero el mecanismo funciona siempre que la historia sea interesante y esté bien narrada. La materia prima es inmejorable: hecha la introducción del espectáculo, Lázaro González se despoja de su blanca americana de vocalista, se encasqueta un sombrero raído de alas torcidas, y queda ante el público como otro Lázaro; el nacido hace cinco siglos no en las orillas del Tormes, sino en el mismo río; aquel que también paseó su hambre y su desdicha por muchos pueblos de España: el inmortal Lazarillo.

Precisamente por ser inmortal, a nadie debería sorprender que el personaje haya pasado por todos los siglos que ha habido desde el de Oro hasta reaparecer mediado el XX. Ni, por la magia del teatro, que el espectador actual retroceda varias décadas hasta producirse el encuentro con aquel. Este último salto es producto de la convención del género y no requiere más labor. Pero el primero, el del personaje, tal vez sí que podría haberse explorado más desde un punto de vista textual. Quiero decir, que la identificación entre ambos Lázaros no va más allá de la coincidencia nominal. No hay un desarrollo narrativo de este punto de partida. El Lázaro moderno cuenta la peripecia de su tocayo antecesor, y queda a decisión del espectador la fusión de ambas figuras. No se da este ejercicio metaliterario (como sí sucede, por ejemplo, en el Ñaque, de Sanchis Sinisterra, que también podrá verse en este Festival de Olite), y tampoco pretendo decir que sea necesario. Simplemente, es una posibilidad no tanteada, aunque la obra pueda disfrutarse igualmente sin ella. Lo que sí me resulta más difícil de asumir son los discursos críticos con la situación social que el personaje de Lázaro González, el cantante, realiza para abrir y cerrar la pieza. Ni en broma podrían haberse dicho esas palabras en público en los años cuarenta. Por mucho que ese pretenda ser el mensaje de la función, rompen por completo la verosimilitud de la propuesta. Creo que un sermón laudatorio en el que pueda  detectarse una intención irónica habría resultado más propio del momento y habría cumplido igualmente su misión.

Aparte de este pequeño punto negro, poco más puede reprocharse a La banda de Lázaro. Pedro Miguel Martínez es un actor avezado y todoterreno que sabe cómo desenvolverse en soledad sobre un escenario y dar vida al Lazarillo y a su cohorte de amos, amén de a otros personajes que pueblan las páginas de esta novela picaresca. Realiza una interpretación contenida, apuntando matices sin subrayados excesivos allí donde la situación lo requiere.

¿He dicho “en soledad”? Mal empleo esa expresión. Más bien lo hace bien acompañado: sobre el escenario, la Banda Municipal de Olite pone música a las desventuras de Lázaro, matizando melodiosamente los borborigmos de su estómago hambriento. Lo hace con las canciones que habría podido conformar el repertorio de una orquesta en la posguerra española, años también de hambre: Rascayú, La casita de papel, Angelitos negros. Canciones cuyas letras vienen además bien traídas por el relato de Lázaro (y cuando no, se adaptan con gusto, como en la versión de A la lima y al limón). Canciones tan conocidas como la propia historia del protagonista, que contribuyen a cimentar un espectáculo entretenido y bien presentado.

Fotografía: La Cantera Producciones

Se sale

THEHOLE

The hole

Obra: The Hole. Creación: Paco León, Yllana y Letsgo. Dirección artística: Yllana. Textos: Secun de la Rosa y Paco León. Intérpretes: Quequé, Marta Torres, Nacho Sánchez, Donet Collazo, Julio Bellido, Arantxa Fernández, Mónica Riba, Adrián García, Bruno Gulo, Alex Forriols, Toni Vallés, Dúo Flash y Abdulaeva Dilorm Dilya. Lugar y fecha: Tetro Gayarre, 2-13/07/14. Público: rozando el lleno (en la función del 2)

Los Sanfermines son para salir. Por las mañanas, por las tardes, por la noche, según el gusto (y las posibilidades) de cada cual.¿Entrar al teatro? Si nunca hay nada que merezca la pena.  Bueno, el año pasado el Gayarre se la jugó con La Cubana. Una apuesta de riesgo con casi una veintena de funciones que salió estupendamente. ¿Motivos? Una compañía conocida, un humor festivo y para todos los públicos, y, especialmente, un espectáculo de calidad que el boca a oreja contribuyó a consagrar como una alternativa de ocio para las tardes de la Fiesta. Este año, la sala pamplonesa redobla el envite con una propuesta en parte distinta, pero igualmente atractiva y que a buen seguro se verá beneficiada por el precedente del año pasado.

La calidad se le presupone. The hole se ha mantenido con éxito durante dos temporadas en la cartelera madrileña; la buena acogida ha motivado una secuela del espectáculo; y el montaje original sale ahora de gira con la intención confesa de “poner patas arriba” las ciudades por donde pasa. Casi literal: basta echar un ojo a la fachada del Gayarre estos días. Su campaña de promoción tiene un punto provocador que ha funcionado a completa satisfacción de sus productores. Esto será, no obstante, materia para la sociología. A mí me interesa más el eslogan que acompaña a sus anuncios: “Hay que estar en el agujero para salir del agujero”. Un lema ambiguo, adecuado para tiempos duros como estos; también con un matiz canalla, si se mira desde otro punto de vista. Como el pensamiento de un vividor que echase la vista atrás.

Esa es la ética de The hole: el punto frívolo, atrevido, de celebración de la vida hasta el último trago. La estética es la de un género que también ha habitado el agujero de la decadencia durante bastantes años y al que ahora iniciativas como esta y otras, como la de El Plata en Zaragoza, tratan de devolver el brillo perdido: el cabaret. Bueno, cabarets hay muchos y variados. The hole prescinde de recreaciones historicistas, bucea en el espíritu del género y crea un cabaret para este tiempo, aunando números musicales, momentos de circo, humor desvergonzado y, por supuesto, ciertas dosis de erotismo.

La cosa funciona muy bien. La presencia de Yllana en la creación del espectáculo es una garantía. Poca gente como ellos trabaja el humor entendido como espectáculo, la comicidad de cada detalle y, especialmente, el ritmo del conjunto. The hole está concebido para que no decaiga ni durante el descanso. Cada pieza deja paso a la siguiente sin tiempos muertos. Todo se sucede de forma natural, con el apoyo de la continuidad marcada por el Maestro de Ceremonias, Quequé en este montaje. Sus intervenciones, firmadas por un solvente escritor de comedia como Secun de la Rosa, son descaradas y divertidas. ¿Dónde está el límite entre el descaro y la vulgaridad? Pues seguramente donde uno quiera ponerlo. A mí me resultaron cómicamente irreprochables. Quequé centra la atención del espectáculo, pero habrá que destacar también las canciones a capela de Los Mayordomos: un repertorio popular y resultón, soberbiamente interpretado. En los números de circo, tal vez haya una sobrepresencia de los números aéreos, aunque sí que es cierto que resultan espectaculares en este recinto y que estaban soberbiamente ejecutados. Los de Las Supernenas fueron extraordinarios, así como el de Donet Collazo. El Pony Loco le inyecta el punto de locura y provocación a su parte. Y Abdulaeva Dilorom, presentada como una oronda Marilyn de Botero, hace que el suyo resulte especial. Tal vez no tan lucidas resultaron las acrobacias en suelo del Dúo Flash. En cualquier caso, todo el conjunto funciona como un mecanismo de relojería. En Sanfermines, esto se sale.

Fotografía: http://www.theholeshow.com/web/